Ángela Posada-Swafford
Periodista científica/instructora del taller
angelapswafford@gmail.com
15/09/2020

Los estudiantes de doctorado pasan innumerable horas aprendiendo a llevar a cabo investigaciones de punta, pero muy poco tiempo aprendiendo a comunicar la naturaleza e importancia de su ciencia al público fuera de su campo.

Por eso, a finales de junio, la Vicerrectoría de Investigación y Creación de la Universidad de Los Andes organizó un intensivo y altamente práctico taller de una semana para estudiantes de doctorado. Llamado “Contar tus investigaciones en modo storytelling”, estimuló a los nueve participantes a ensayar esa otra forma de contar sus investigaciones al público, usando las herramientas de la literatura no académica. El objetivo final consistió en escribir un artículo para potencialmente ser publicado en algún medio masivo noticioso en Colombia. Parte del taller además, invitó a los estudiantes a soltarse un poco y describir su lugar de trabajo, tanto en la Universidad, como en sus casas, durante la pandemia del coronavirus.

Los integrantes del curso venían de facultades tan diversas como Ciencias Biológicas, Física, Administración y Derecho, entre otras especializaciones. Personalmente estoy muy orgullosa de sus esfuerzos en materia de escritura. Muchas gracias a la Vicerrectoría por su visión al respecto de los distintos métodos de la comunicación de la ciencia. Compartimos aquí el resultado de un ejercicio de escritura que consistió en dar una mirada nostálgica y creativa a su lugar de trabajo.

 
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Jonathan Pérez
Doctorado en Administración
Curiosamente no es el Edificio Santo Domingo (SD), Meca de la Administración en la Universidad de los Andes, el que alberga al conjunto de estudiantes doctorales que a diario se dedican a encontrar y resolver problemas relacionados con el management, las organizaciones, las finanzas, entre otros. A unos 500 metros del SD, junto al eje ambiental y mirando erguido las coloridas torres de CityU, se encuentra el edificio Aulas (AU), el cual no solo aloja antiguas historias de estudiantes de los Andes, sino también, en su esquina occidental, se encuentra una sección de oficinas pertenecientes a la facultad de Administración.
En estas oficinas trabajan a diario administrativos, uno que otro profesor y un conjunto de aproximadamente 18 estudiantes doctorales. La Liga, así se llama esta sección del edificio Aulas, su nombre recuerda al famoso Comic de los 60’s La Liga de la Justicia; quizá su nombre dice mucho de la labor, a veces heroica, del trabajo que se realiza allí. De las 30 o más oficinas que allí se encuentra, dos pertenecen a los estudiantes doctorales, una en el primer piso y otra en el segundo, para identificarlas, se debe seguir el constante aroma a café recién filtrado y las conversaciones, a veces opacadas por risas, seguidas por largos silencios de escritura y lectura. Trabajar allí es sentarse en una circunferencia de escritorios y computadores, a quienes alumbra el sol a través de los ventanales que apuntan al occidente bogotano, sol que calienta el fuerte frío de quienes madrugan. Decorada con libros de temáticas tan diversas pero complementarias, como historia, economía, organizaciones, finanzas, mercadeo y demás, estas oficinas proveen un lugar de trabajo, encuentro, choque y enriquecimiento de ideas de los estudiantes.
 
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María Alejandra Martínez Polaco
Doctorado en Química
La puerta siempre cerrada. Giro la perilla y la puerta rechina. Hace calor. Fui la primera en llegar. Antes de las 9 de la mañana la única persona a la que te puedes encontrar es a Doña Claudia. Ella se encarga de mantener inmaculados los laboratorios de ese piso. Al entrar a mano derecha hay dos neveras. Prendo la luz. A mano izquierda una nueva puerta. No puedo entrar aún. Sigo hasta el mesón más cercano. En una vista rápida al laboratorio se siente que no hay espacio ni para un suspiro. Dos mesones de trabajo, el más cercano a la puerta tiene los microscopios y estereoscopios de rutina. A su derecha una pequeña estación de trabajo crioscópica para hacer cortes muy delgados de los tejidos de estudio. Entre los dos mesones, contra la pared, otro mesón más. El espacio de las nanopartículas y de la balanza. Al frente la zona de lavado. Al lado el hogar de la artemia, que a simple vista parece un líquido con arena suspendida, pero que bajo un lente poderoso revela los miles de animalitos que sirven de alimento a los peces. Al fondo del laboratorio están los computadores.
Dejo mi maleta en una de las sillas. Saludo a tres pececillos que hay en acuario y que son el comité de bienvenida al laboratorio. Paso a la zona de lavado. El agua está fresca. La dejo caer en abundancia. El jabón me da alergia así que lo evito tanto como puedo. Busco la bata en una de las gavetas debajo de uno de los mesones. Vuelvo al armario que está frente a las neveras. Cambio los zapatos que traigo por unos antideslizantes como los que usan los médicos. Giro una nueva perilla. Me preparo para transportarme a las selvas tropicales del Chocó. Empiezo a escuchar el gorgoteo del agua. Una inspección rápida al suelo para verificar que no hubo escapes en la noche. El suelo está seco. Cierro los ojos y me preparo para lo que sigue. Termino de abrir la puerta, todo mi cuerpo siente el cambio. Me tomo unos segundos para acostumbrarme a la humedad y el calor. Los peces cebra tienen unos relojes biológicos muy precisos, tanto o más como los relojes suizos, por eso los ciclos de luz y oscuridad están controlados por un sistema automático. Su día empezó antes que yo llegara. Ahora esperan con ansias su comida, por eso celebran mi llegada.
 
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Mileidy Betancourth-Cundar
Doctorado en Biología
Subiendo al tercer piso del edificio J te encuentras con un concierto de ranas, los sonidos te guían hasta el fondo. Mientras te vas acercando puedes diferenciar hasta tres cantos diferentes, como quien se adentra en una selva húmeda tropical. El llamado que más sobresale es un “tutututututuututtutututu” y pertenece al vertebrado más venenoso del mundo, la rana dorada dardo de veneno, Phyllobates terribilis.  Llegando a mi oficina cada mañana tengo la fortuna de ser vecina de estas ranas y escuchar sus cautivadores cantos de anuncio que, aunque increíble, han logrado establecerse y reproducirse en un cubo de vidrio de no más de 1m2.
Con este concierto ingreso a mi oficina. Tiene un ventanal de frente que permite observar las selvas de cemento del centro de Bogotá y que algunas veces mi compañera de oficina decora con sus genomas mitocondriales de picaflores. La oficina de estudiantes de doctorados es para ocho, pero no más de tres permanecemos allí; y por eso cada una invade el puesto de al lado con libros, notas, cuadernos o incluso semillas secas o plantas arrocetadas en todo su esplendor. Cada lugar de trabajo está decorado haciendo alusión al tema de investigación de cada futura doctora. Al entrar la puerta, la exhibición empieza con fotos de ilustraciones de orquídeas, seguida de semillas, juegos o libros de genómica; y al respaldo, finalmente mi lugar, adornado con pequeños rompecabezas de madera imitando una rana venenosa, que han hecho más amenos los días, meses y años que pasamos allí.
 
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Andrés Cruz / Doctorado en Administración
Rodeado del verdor de las muchas plantas, aquellas que combinan con el color de mis cortinas entreabiertas, recibo el tenue rayo de luz proveniente del sol matutino, aquel que me impregna de un sutil calor que lentamente se filtra por la ventana. Desde esta habitación y a seis pisos de altura, puedo divisar a través de un grande ventanal los cerros orientales de la ciudad y a aquel astro deslumbrante posado sobre ellos. Miro a mi alrededor y me hallo envuelto entre pantallas, cables, lápices y pequeñas agendas, procurando encontrar un equilibrio entre el caos y el orden. Toda esta orquesta de elementos se encuentra dispuesta sobre una mesa redonda, similar a la del cuento medieval del rey Arturo. En la calle algo me perturba y distrae constantemente: grandes máquinas despiertan la ciudad con rugidos incesantes, golpetean el suelo, cortan el metal y sacuden la tierra. Todo esto genera en mí, a la larga, una impaciencia agotadora, una esperanza inquieta, un recuento de los días. Aún debo esperar más de un mes para recuperar la quietud del espacio, gracias a los arreglos que se presentan en la vía pública y que no dan tregua en esta época de aislamiento.
 
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Diego Ferney Rojas Gamboa M.Sc.
Asistente Graduado de Doctorado, Física
El sol se presenta desde muy temprano a través de una ventana que da hacia el popular Tostao’ que encontramos en el edificio I, también conocido como La Capilla. Esta ventada es la frontera entre el café de la mañana y el computador que realiza los cálculos de física nuclear de las ideas consignadas en un cuaderno de 500 páginas. Dos gavetas se disputan el hospedaje de este cuaderno y de hojas que son testigos de aciertos e intentos fallidos. Libros y tareas terminar de ocupar los cajones. Es hora de tomar los lentes que se escapan de una maleta que reposa en el escritorio y ponerse a trabajar.
 
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Nydia Cecilia Díaz Pérez
Doctorado en Derecho
En el edificio Ch, justo en el tercer piso, está la oficina de los estudiantes de Doctorado en Derecho. Allí tengo un lugar que no solo pueden identificar por el letrero que tiene mi nombre, sino también por una foto en la que aparecemos mi esposo, mi hijo y yo. Además, unas tarjetas de colores, unos stickers y uno que otro libro al lado del computador. Frente a mi puesto hay una ventana que deja entrever el edificio Franco y una plazoleta donde casi siempre hay gente fumando o de paso.
En la oficina hace mucho frío y casi siempre tengo un pocillo de café bien caliente junto al teléfono. Hay momentos de profundo silencio; otros de mucha algarabía en los que suenan voces, risas, carcajadas o murmullos. Me encanta trabajar al compás de las notas de Queen, Patricia Williams o del buen pop de los 80. Así que, por lo general, uso audífonos y estoy metida en el cuento que corresponda al día. El paso de las horas trae consigo clases, reuniones, tareas, afanes. Al final del día llega el momento en que debo salir porque Miguel Ángel me está esperando en casa. 
 
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Eliana Romero
Doctorado en Derecho
Siempre he pensado que el estudio doctoral es como la vida de un monje. En nuestro día a día, tenemos periodos de comunidad complementados por otros de mucho silencio ¡lapsos casi contemplativos! La oficina de doctorado no parece un templo budista o algo así, pero tiene colores y texturas un tanto impersonales, muy oficinistas: impera el blanco, el gris y el negro en el espacio.
No obstante, cada estación de trabajo es una pequeña isla independiente, reflejo de su único poblador. Mi pequeña isla está alimentada de color a través de muchos post-it que prenden juguetonamente de mis paredes, uno en especial tiene una caricatura de mí. La ventana que me acompaña a un lado, es el mejor regalo: veo salir y esconderse el sol durante el día, dándome un sentido del tiempo y de las posibles condiciones meteorológicas de la jornada, “con suerte hoy nos acompaña el sol” me digo a veces. La estación de MaPi, por ejemplo, está llena de plumones, reglas, colores, post-it y hojas con diseño. Es un reflejo de su personalidad: ¡feminista ultra-femenina!
Al llegar en la mañana tenemos un pacto tácito, quien llega primero prende las luces y crea una atmósfera más cálida para los demás: enciende una suerte de incubadora. A eso de las nueve burbujea el agua de la cafetera y alguien pregunta: ¿quién quiere café?; aunque huele a delicioso café recién hecho, nunca alzo la mano. Prefiero tomarme el jugo de mango que traigo de mi casa. Sin embargo, no desperdicio ese break para ir a visitar a los demás, poniendo en práctica otro acuerdo tácito: en lo posible, hablar de cosas diferentes a las académicas.
Así transcurren los días en nuestro pequeño nicho académico, en el que a través de detalles desinteresados y acuerdos tácitos hacemos que nuestras jornadas monásticas no se sientan como tales. En consecuencia, cuando se gradúa uno de los nuestros en el programa, estamos viendo reflejado también un pedazo de nuestra contribución a ese proyecto.
 
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Luis Francisco Cómbita
Doctorado Ingeniería Eléctrica y Electrónica
Actualmente mi sitio de trabajo es un cuarto ampliamente iluminado con una ventana que ocupa la cuarta parte del área de la pared en la que se encuentra, que me permite visualizar la extensa zona sur de la ciudad y que además permite una energizante iluminación natural en las soleadas horas diurnas. Dentro de este cuarto se encuentra mi escritorio, ocupado parcialmente por mi computador y por aproximadamente una docena de papers que son mi silenciosa compañía en mi actual proceso de investigación.
Al inicio de cada jornada de trabajo, como parte un ritual casi formalmente establecido, una burbujeante taza de café me conduce a las profundidades de mi tema de estudio. El sonido matutino de algunas aves, me sirve de melodiosa compañía. Poco a poco, del café desaparece, su aroma se hace tenue, y una nueva jornada de simulaciones computacionales inicia, a la espera de ir acumulando los tan anhelados resultados, que desvelan a un estudiante de doctorado.
 
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Santiago Felipe Arteaga Martin
Msc. Ing. Mecánico e Ing. De Computación y Sistemas.
Para este ejercicio narrativo que describe mi lugar de trabajo, me puse un poco experimental e hice un código de computador con la ayuda de una amiga de literatura para imitar la estructura de la poesía Haiku:

 

======================== Me parece... pixel ========================
curioso balón en pixel azul,
calor frio, diseñar alegre para semana borrascoso,
pero ML complicado, editar distraído.
======================== Me parece... Uniandes ========================
soleado Uniandes así pixel divertido,
viento complicado, dormir emocionado si mes curioso,
en compañero azul, molestar fascinado.
======================== Me parece... pantalla ========================
caótico pantalla y código negro,
soleado formato, editar cansando en semestre disruptivo,
por ventana emocionante, trabajar cansando.
======================== Me parece... sistema ========================
curioso compañero tal vez sistema imperfecto,
cielo creativo, leer emocionado en noche negro,
de teclado nublado, dormir calmado
======================== Me parece... ML ========================
gris ML y conciencia negra,
lluvioso formato, planear distraído tal vez tarde curioso,
por café blanco, comer desconcertado.
======================== Me parece... Depto. ========================
borrascoso Depto. de Sistemas entonces inteligencia artificial emocionante,
viento entrometido, planear distraído entonces mes negro,
a compañero caótico, comer calmado.
======================== Me parece... escapar ========================
burlón ML para programa blanco,
Monserrate creativo, escapar distraído mientras noche burlón,
entonces teclado caótico, editar estresado.
======================== Me parece... tarde ========================
burlón interfaz luego programa gris,
sol borrascoso, leer calmado por tarde nublado,
tal vez compañero imperfecto, organizar entretenido.
======================== Me parece... caluroso, ========================
interesante consola de comandos para formato azul,
luna caluroso, programar alegre tal semestre delicado,
para escritorio divertido, organizar fascinado.
======================== Me parece... computador ========================
curioso computador en software entrometido,
calor disruptivo, dibujar fascinado si noche gris,
pero escritorio ordenado, escapar distraído.
======================== Me parece... descansar ========================
imperfecto ML a diagrama creativo,
borrascoso programa, expulsar calmado tal vez noche imperfecto,
por escritorio complicado, descansar desconcertado.
Creado por sa-artea & mp.apolinar10@uniandes.edu.co
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